lunes, 3 de mayo de 2010

reescribir la historia de catalunya

Mientras Cataluña estaba a oscuras y sus vías intransitables por un temporal de nieve, el vicepresidente de la Generalitat Carod Rovira destinaba 150.000 euros de los Presupuestos públicos a rememorar episodios de la Guerra de Sucesión de hace tres siglos. Lo hemos leído en LA GACETA. El año pasado destinó la misma cantidad al mismo fin. Sobre este afán memorialista, Carod Rovira declaró: “Se trata de preparar la conmemoración del fin de la Guerra en 2014, y he elegido esta fecha porque hace 300 años que Cataluña perdió el Estado, y ése sería buen momento para que Cataluña decida si lo quiere recuperar”. La afirmación de Carod Rovira es históricamente una patraña, pero, en este político catalán, las patrañas o enmascaramientos comienzan por su propia historia personal.

Josep Lluis Carod Rovira nació como José Luis Pérez Díez, hijo del cabo de Carabineros José Luis Pérez Almecija, que más tarde ingresó en la Guardia Civil, cuando desapareció el Cuerpo de Carabineros en 1940. Al final de la Guerra Civil, Pérez Almecija se movió para conseguir media docena de avales políticos que testificaban su adhesión al alzamiento franquista. El joven Carod Rovira vivió su infancia en el ambiente españolista de las casas-cuarteles de la Benemérita y de muchacho ingresó en el seminario de Tarragona. Su hermano Apel.les Carod Rovira, antes Juan de Dios Pérez Díez, ha sido nombrado por su hermano “embajador” de Cataluña en París.

Y de las patrañas de la historia personal a las patrañas de la Historia con mayúscula. Cataluña nunca “perdió el Estado” ni puede “recuperarlo” porque nunca lo tuvo. Ni hubo guerra alguna entre España y Cataluña, ni en 1701 ni nunca. Ni en el Tratado de Utrecht ni en el posterior de Rastatt se recoge que los territorios del Reino de Aragón, y entre ellos los catalanes, hayan de tener otra legislación que la común.

A la muerte de Carlos II, la Guerra de Sucesión enfrentó en España –y en otros escenarios europeos– a los partidarios de dos pretendientes a la Corona: Felipe de Anjou, al que había elegido como sucesor el rey, según las normas tradicionales en España, y el archiduque austriaco Carlos de Habsburgo. A Felipe le apoyaba la Francia regida por su abuelo, el rey Luis XIV; y a Carlos, su padre, el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Leopoldo I, y una coalición de austriacos, ingleses y holandeses, ampliada más tarde a portugueses y saboyanos.

La guerra, iniciada en 1701, se prolongó hasta 1713 y la ganó Felipe de Anjou, que reinaba con el nombre de Felipe V. En 1711 murió el emperador José I de Habsburgo y fue llamado al trono imperial su hermano el archiduque Carlos, por lo que abandonó sus pretensiones sobre España. En 1713 se firmó el Tratado de Utrecht, en el que Barcelona, como integrada en el Reino de Aragón, es parte de la Monarquía de Felipe V. Desde entonces, firmada la paz, no había derecho alguno que amparase el empecinamiento de Barcelona. El último episodio de esa contienda artificialmente prolongada es la toma de la ciudad el 11 de septiembre de 1714.

Otra patraña es el papel que jugó el conseller en cap Rafael Casanova, en cuyo monumento se hace, cada año, una ofrenda floral en la Diada. Casanova se ha convertido en icono del independentismo catalán, pero, poco antes de que Barcelona claudicara ante las tropas de Felipe V, el conseller en cap distribuyó un bando en el que se decía textualmente que, “atendiendo la deplorable infelicidad de esta ciudad, en la que hoy reside la libertad de todo el Principado y de toda España”, confiaba en que los barceloneses, “como verdaderos hijos de la Patria, amantes de la libertad, acudirán a los lugares señalados a fin de derramar gloriosamente su sangre y su vida por su Rey –se refería al pretendiente archiduque Carlos, que entonces ya había renunciado a su pretensión–, por su honor, por la patria y por la libertad de España”.

Casanova fue perdonado por Felipe V y murió a los 83 años en su ciudad natal Sant Boi de Llobregat. El afán de los nacionalistas por reescribir la Historia, como lo hace Carod Rovira, supone un timo histórico, ya que transforma a un patriota español en una personificación del independentismo catalán. Los nacionalistas tratan de convertir una guerra entre dos pretendientes a la Corona de España en una guerra entre España y Cataluña. No son nuevas estas alteraciones de la realidad histórica por los nacionalismos. Por ejemplo, en Cataluña, la Guerra de la Independencia de 1808 a 1814 se denomina “guerra del francés”, olvidando el protagonismo de tantos guerrilleros y militares catalanes en aquella lucha por la independencia de España. También, parte de la historiografía en Cataluña ignora la heroica participación de los voluntarios catalanes, al mando del general catalán Juan Prim, en la primera “guerra de África”, con acciones tan relevantes como las batallas de Tetuán, Castillejos y Wad Ras. Otra vez, las “patrañas histéricas” desbordan la llamada “Memoria Histórica”.

*Juan Van Halen es académico correspondiente de la Historia y senador.

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